Periodismo desde el centro del mundo

Septiembre de 2023: la sequía, que dificulta la navegación y la llegada de alimentos y combustible para la población del interior del estado de Amazonas, mató estos peces en Manacapuru. Foto: Michael Dantas/AFP

La Amazonia —y nuestra vida— se hacen humo. Hacía muchos años que no había tantos focos de calor en la selva en el mes de octubre. En la mayor cuenca hidrográfica del mundo falta agua para beber. En la mayor selva tropical del planeta se hace difícil respirar el aire. Altamira, donde tiene su sede SUMAÚMA, celebró este lunes su 112.º cumpleaños envuelta en el humo de los incendios. Por la noche, la primera lluvia en semanas hizo cantar a toda la selva, con los sapos y los guaribas liderando las sinfonías. Al día siguiente, la tierra y los árboles supervivientes amanecieron mojados y los papagayos pasaban volando en ruidosas bandadas, desde todos lados. Tanto ellos como nosotros sabemos que la lluvia fue solo un alivio momentáneo, un soplo de ilusión. Nunca como en esta sequía extrema de 2023, con un humo espeso que bloquea cualquier posibilidad de ver el horizonte, tantos hemos tenido la seguridad de estar presenciando el fin del mundo. Por eso, en la primera línea de esta guerra contra la naturaleza, a muchos les cuesta salir de la cama —o de la hamaca— estos días para seguir sintiendo el olor a quemado reptando por la ropa y la piel. Es el olor del crimen, que se infiltra en nosotros. Apestamos a crimen.

El absurdo de que falte agua y aire puro en una selva que atraviesa gran parte de un continente, una selva que tardó millones de años en crearse y se ha destruido en pocas décadas, solo no es mayor que el absurdo de que una especie, la humana, haya cambiado el clima y la forma del planeta-casa en apenas 250 años. Pero es lo que ha sucedido. ¿Y han parado de destruir? No. No paran ni los paran.

A pesar de todos los esfuerzos de Marina Silva, ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, y de los funcionarios de los organismos de protección y fiscalización ambiental, mucho menos numerosos y con menos recursos que las milicias criminales, la deforestación ha disminuido, pero los incendios han aumentado. Lo que ocurre hoy es el resultado del proyecto de Estado que atravesó los gobiernos de la dictadura empresarial y militar (1964-1985) y también de la redemocratización, que trató a la selva como un cuerpo para violación y exploración, y a sus pueblos como no-personas. Lo que ocurre hoy es el resultado de cuatro años con el extremista de derecha Jair Bolsonaro estimulando y apoyando a los criminales de la selva, algunos en las élites locales, otros en las élites del sudeste de Brasil y, en el caso de la minería, diseminados por todo el planeta. Algunos en la cúpula de empresas transnacionales.

El humo de los incendios ilegales en la selva perjudica a los habitantes del municipio de Beruri, en el estado de Amazonas. La sequía y la negligencia del poder público provocaron una tragedia en la región. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA

Pero también es una realidad que Marina Silva enfrenta una fuerte oposición interna en el gobierno que se desfigura por la presión de un Congreso mayoritariamente depredador, que la conquista histórica de las mujeres indígenas al frente del Ministerio de los Pueblos Indígenas y de la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas está acechada por la dificultad de avanzar de forma significativa en la demarcación de territorios, que la administración de Luiz Inácio Lula da Silva da señales contradictorias en la Amazonia y otros enclaves de naturaleza, especialmente el Cerrado.

Lo que sentimos en este cuerpo que habita una selva cada vez más cerca del punto sin retorno, en este año que es peor que nuestras peores pesadillas, en este año de aceleración de las ruinas, está demostrado por la ciencia: la crisis climática puede estar acelerándose, y la amenaza para la existencia de nuestra propia especie y de otras es mayor que en nuestras proyecciones más sombrías.

En el informe «El Estado del Clima en 2023: Entrando en Territorio Desconocido», firmado por investigadores de varios países, los científicos afirman en un tono mucho más elocuente de lo habitual: «La vida en el planeta Tierra está asediada. Nos encontramos en un territorio desconocido. Durante varias décadas, los científicos han advertido sistemáticamente que el futuro estaría marcado por condiciones climáticas extremas debido a la escalada de las temperaturas globales, provocada por las actividades humanas en curso que liberan gases de efecto invernadero nocivos a la atmósfera. Por desgracia, el tiempo se ha acabado. Estamos viendo como esas predicciones ya se están manifestando, a medida que se bate una sucesión alarmante y sin precedentes de récords climáticos, que provocan escenas de sufrimiento profundamente angustiosas. Estamos entrando en un terreno desconocido en lo que respecta a la crisis climática, una situación de la que nadie ha sido testigo directo en la historia de la humanidad».

Con honestidad, afirman su propio miedo: «Como científicos, cada vez más se nos pide que expliquemos al público la verdad sobre las crisis a las que nos enfrentamos en términos sencillos y directos. La verdad es que estamos estupefactos por la ferocidad de los fenómenos meteorológicos extremos de 2023. Nos asusta el territorio desconocido en el que hemos entrado. Las condiciones van a volverse muy angustiosas y potencialmente inmanejables en amplias regiones del mundo con el calentamiento de 2,6°C que se prevé a lo largo del siglo. (…) Les advertimos que los sistemas naturales y socioeconómicos pueden colapsar en un mundo así, en el que nos enfrentaremos a un calor insoportable, frecuentes fenómenos meteorológicos extremos, escasez de alimentos y agua dulce, subida del nivel del mar, más enfermedades emergentes y un aumento del malestar social y de los conflictos geopolíticos. El sufrimiento masivo debido al cambio climático ya está aquí, y ya hemos sobrepasado muchos límites seguros y justos del sistema terrestre, poniendo en peligro la estabilidad y los sistemas que sustentan la vida».

En el municipio Senador José Porfirio, en el estado de Pará, ladrones de tierras públicas prendieron fuego a parte de la Tierra Indígena Ituna/Itatá durante una operación del Ibama para desmantelar haciendas ilegales. Foto: Lela Beltrão/SUMAÚMA

Terminan con una convocación a luchar, porque en este contexto, es luchar o morir: «Nos toca realizar cambios profundos para salvar la vida en la Tierra, y debemos aceptarlo con un coraje y una determinación inquebrantables para crear un legado de cambio que resista la prueba del tiempo». Parte del problema, sin embargo, es que el capitalismo ha destruido el instinto de supervivencia de las personas humanas y la pregunta que todes deberían hacerse y hacer a les otres —¿cómo puedo cambiar las cosas?— la mayoría ni siquiera se la plantea.

La conexión entre nuestro modo de vida y la situación más que dramática de un planeta en colapso climático no se completa. Ni las dificultades materiales de la mayoría para seguir viviendo ni el deterioro progresivo de su salud mental pueden despertarlos al hecho de que las corporaciones transnacionales siguen destruyendo biomas como la Amazonia y el Cerrado, que gran parte del Congreso que se eligió no sirve a quienes lo eligieron, sino a esas mismas corporaciones, a los grandes terratenientes y a los intereses de los propios diputados y senadores. O, por el contrario, tal vez las dificultades materiales y el deterioro de la salud mental contribuyan a que nos volvamos ajenos a las causas que hacen que la vida sea cada vez peor y provocan los fenómenos extremos que azotan Brasil y el planeta con una fuerza inédita en 2023 y que nada indica que vayan a disminuir el próximo año, sino todo lo contrario.

Hay que decir a las clases medias que sí, que aunque los grandes cambios solo pueden venir de las políticas públicas y que los máximos responsables de la destrucción de la naturaleza son los multimillonarios y supermillonarios, eso no les libra de hacer cambios radicales en su estilo de vida individual y familiar. No cambiar es elegir la muerte. Aunque la muerte llegue primero a los más pobres. Y solo por eso estos cambios ya deberían ser ineludibles.

En estos momentos, vemos los ciclones en el sur de Brasil o la sequía extrema en la Amazonia y es imposible no percibir a quién afectan más y primero estos fenómenos extremos. Los que pierden sus casas, los que mueren son precisamente los que menos han contribuido a la crisis climática. En eso consiste el concepto de «justicia climática» y también el de «apartheid climático» de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

La destrucción de Muçum, municipio del estado de Río Grande del Sur, uno de los más afectados por el ciclón y las fuertes lluvias en la región. Foto: Jeff Botega

Este miércoles, el Observatorio de la Blanquitud, con sede en Río de Janeiro, apuntó en esta dirección al celebrar el seminario titulado Emergencia Climática: Un Legado de la Blanquitud. «Las actuales olas de calor, ciclones y sequías son respuestas a años de explotación por parte de una cadena extractivista dirigida, sobre todo, por personas blancas», afirmaron al anunciar el evento. «La blanquitud mantiene una serie de privilegios materiales y simbólicos incluso ante la emergencia en la que se encuentra el planeta, mientras que las personas que menos inciden en el medio ambiente son las que más sufren: las poblaciones negras, indígenas, quilombolas y ribereñas. La responsabilidad de la blanquitud en la perpetuación de la desigualdad climática es un punto poco explorado del debate».

Tenemos que hablar mucho más del apartheid climático, y no solo entre personas humanas, sino también entre personas humanas y más-que-humanes, como animales, plantas y hongos. Tenemos que hablar mucho más de racismo ambiental y justicia climática. Este es el tema del reportaje de los periodistas amazónicos Rosiene Carvalho y Michael Dantas. En un relato doloroso, los habitantes de la comunidad de Arumã, en el estado de Amazonas, relatan la secuencia de acontecimientos que, debido a la sequía extrema y la negligencia de las autoridades, se tragó al pueblo y, con él, a cinco personas. Reproduzco aquí un párrafo de esta historia real que todes tienen el deber ético de conocer:

Cuando se redujo el violento movimiento del río, Eliezer escuchó una voz de mujer que gritaba: «¡Hijo mío!». Era Ketla, aferrada a un pedazo de madera. «Le preguntamos si quería ir a la orilla y ella nos dijo: «Quiero que encuentres a mi hijo». Esa cosa le quitó a su hijo de las manos. Su otra hija también había desaparecido. No podíamos hacer nada y estábamos como locos por saber si nuestra familia también había muerto», recuerda. Ketla solo abandonó el río con la ayuda del padre de Ediel después de que el cuerpo de su hijo flotó cerca de donde lo esperaba su madre. Dos días después los bomberos encontraron el cuerpo de su hija de 16 años. Kezia y Allyson fueron enterrados en el cementerio del pueblo.

Maria Perpétua Nazaré Laborda visita el cementerio de Vila do Arumã donde fueron enterrados sus nietos Allyson, de 7 años, y Kézia, de 16, víctimas del derrumbe. Foto: Michael Dantas/SUMAÚMA

Mientras los más débiles pierden a sus hijos porque los más ricos consumen el planeta, los gobiernos y los políticos sirven a las grandes corporaciones en lugar de al público y las advertencias científicas alcanzan su máxima gravedad, los comedores de mercancías prosiguen su marcha hacia el abismo, llevándonos con ellos. En Brasil el presidente Lula está a favor de abrir otro frente de explotación de petróleo en la Amazonia, la COP-28 ni siquiera ha empezado y ya la acecha la incredulidad de realizar avances significativos y el mundo asiste a otra guerra devastadora entre humanos. Solo puedo pedir disculpas inútiles —muy inútiles— a todas las personas-animales, personas-plantas y personas-hongos que están muriendo abrasadas, muchas con un dolor atroz, en la selva que arde a mi alrededor. No se merecen un flagelo como la especie humana.


Verificación: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria Della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Flujo de edición, estilo y montaje: Viviane Zandonadi

Altamira, donde tiene su sede SUMAÚMA, celebró este lunes su 112.º cumpleaños envuelta en el humo de los incendios. Por la noche, la primera lluvia en semanas alivió momentáneamente la seguridad de estar presenciando el fin del mundo. Foto: Jonathan Watts

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