Escuelas abandonadas o cerradas, meses sin clases, sin profesores, mesas y sillas de madera deterioradas por la lluvia, comida incompatible con el modo de vida de la población. Sin libros, ni cuadernos, ni pizarra, ni lápices. Falta de todo, y todo funciona a base de improvisación en las escuelas de la Reserva Extractivista Río Xingú, en el estado de Pará. La mayoría de las pocas escuelas que existen están en pésimas condiciones. En algunas ni siquiera hay baños para los niños. Los alumnos cuentan que tienen que adentrarse en la vegetación para hacer sus necesidades. En días de fuertes lluvias, todo puede derrumbarse.
Durante cinco meses, SUMAÚMA escuchó a alumnos, familiares, profesores de la reserva y expertos en educación, que hablaron de la falta de políticas públicas para ofrecer una educación diferenciada y de calidad en las comunidades tradicionales. La realidad de la Reserva Extractivista Río Xingú se repite en otras reservas de Terra do Meio, como la Riozinho do Anfrísio y la Río Irirí, algo que queda claro en las reuniones de los Consejos Deliberativos de las Reservas Extractivistas de la Amazonia. En estos encuentros entre habitantes y representantes de organismos públicos, las quejas y demandas de la comunidad en materia de educación son siempre las mismas.
«Estas tres reservas extractivistas, juntas, deben de sumar alrededor de 1,2 millones de hectáreas de selva [una superficie mayor que Manaos, capital del estado de Amazonas]. A pesar de su tamaño, pocas familias viven en la zona: 70 en la del Xingú, 130 en la del Irirí y 110 en la de Riozinho. En total, son unas 1.500 personas, entre niños y adultos», explica Naldo Lima, asesor técnico de las asociaciones de vecinos de las reservas, responsable por articular proyectos sociales.
La lucha de los habitantes por tener escuelas en las reservas extractivistas de Terra do Meio empezó a cobrar fuerza en el año 2000. Actualmente hay 22 escuelas en las zonas donde se encuentran las tres reservas. Y hay otras cinco escuelas cerca de la región que también atienden a habitantes de las reservas. De este total, 17 funcionan en lugares improvisados, sin estructura física estable, a menudo casas de paja construidas por los propios habitantes. El mapeo que realizó el Instituto Socioambiental a principios de 2024 muestra que estas escuelas, en realidad, tienen que construirse. Otras cuatro necesitan reformas y ampliaciones.
Actualmente hay 375 alumnos matriculados en las tres reservas, según la Secretaría Municipal de Educación de Altamira: 80 en la del Xingú, 153 en la del Irirí y 142 en la de Riozinho do Anfrísio.
La precariedad impide que niños, adolescentes y jóvenes tengan derecho a una educación digna y de calidad. Los habitantes de las reservas denuncian que se cierran o desactivan escuelas sin que haya un diálogo directo con la comunidad y sin tener en cuenta los inmensos obstáculos del transporte fluvial en la región. Cada día, los alumnos de las tres reservas se enfrentan a la negligencia del poder público con el sistema educativo en las comunidades tradicionales.
Según el asesor de las asociaciones de vecinos, «falta voluntad política por parte del poder público para entender que, independientemente del número de habitantes o de cualquier otro factor, cualquier persona, esté donde esté, tiene derecho a una educación de calidad». Los políticos, afirma, solo prestan atención a «las zonas donde hay un mayor número de votantes».
Es decir: donde no hay votos, no hay escuela. «Siempre ocurre lo mismo. Siempre se fijan más en las regiones rurales más próximas, como Assurini [una zona rural de Altamira], y en otras regiones donde hay más votantes», resume Naldo Lima.
‘Solo jugo y galletas’
Maria Beatriz de Jesus Santos, de 11 años, alumna de la Escuela Municipal de Primaria Cristo Redentor, en la comunidad Piranhaquara, cerca de la reserva Río Xingú, cuenta que los alumnos salen muy temprano de casa para ir a la escuela y, por lo tanto, no pueden desayunar. Incluso a tan corta edad, Bia, como la llaman sus amigos del colegio, sabe que la comida que le dan allí no es buena: «Todos los días hay solo jugo y galletas, o café y galletas». Ese refrigerio, que se sirve en todas las escuelas de las reservas extractivistas, ignora los hábitos y el modo de vida de los niños ribereños. Para Bia, sería mejor que se les diera a los niños lo que suelen comer con su familia: «Pan, yuca, algunas cosas caseras, de aquí mismo».
Con la reanudación del Programa de Adquisición de Alimentos, que favorece la compra de alimentos de la agricultura familiar y las comunidades extractivistas, los habitantes esperan que las cosas sean diferentes en 2024. Pero hasta diciembre de 2023, se seguían sirviendo galletas.
A Bia le encanta la escuela, a pesar de todas las dificultades. Pero no le gusta que todos, niños y adolescentes de distintos cursos, estudien en el mismo espacio. La estudiante, que ahora cursa el séptimo año, cree que todo debería ser diferente: «Aulas separadas, una para cada clase. Me gustaría que hubiera un aula para sexto, otra para séptimo y otra para noveno». La pequeña ribereña ya piensa en las dificultades que tendrá para terminar sus estudios, porque la única escuela de su comunidad no ofrece enseñanza secundaria. «Ojalá hubiera una escuela de secundaria aquí, porque al menos estaríamos más cerca de nuestra familia».
Klayne Beatriz da Silva Lopes, de 9 años, que vive en la reserva Río Xingú, ya consigue identificar la precariedad de su escuela. Al igual que Bia, sabe qué prefiere comer: «Carne o pescado con harina de yuca». Para Klayne, la escuela es un lugar de afecto, porque allí aprende no solo a leer y escribir, sino también a comunicarse como la pequeña ribereña que es. Y ya sabe que quiere una escuela diferente: «Tenemos que cambiar la pintura y conseguir sillas nuevas».
Los niños de la reserva extractivista Río Xingú se quejan de las galletas del desayuno; Klayne prefiere «carne o pescado con harina de yuca». Fotos: SUMAÚMA (desayuno) y archivo personal (retrato de Klayne)
El sueño de estudiar y trabajar cerca de casa
Pedrina de Souza Silva, de 24 años, vive y trabaja como agente comunitaria de salud en la Reserva Extractivista Río Xingú. Sus dos hijos, Klayne Beatriz y Glaelson, estudian en la Escuela Baliza. «Estudié aquí, trabajo aquí con los habitantes de la reserva. Para mí es muy gratificante trabajar en el lugar donde nací y crecí». Pedrina terminó la escuela primaria en 2020. A finales de 2023, se presentó al Examen Nacional de Certificación de Competencias de Jóvenes y Adultos para intentar terminar la secundaria, pero suspendió los exámenes de matemáticas. Creado en 2002, este examen de certificación es para estudiantes que no pudieron completar los estudios dentro de la edad prevista, tanto de primaria (para mayores de 15 años) como de secundaria (para mayores de 18).
La agente de salud sabe que estudiar ofrece más oportunidades y cree que es fundamental que la gente de las reservas pueda acceder a empleos dentro del territorio. «Mis hijos estudian aquí. Y quiero que, en el futuro, se gradúen y vengan a trabajar también en la reserva, con nosotros».
Andreiz Carvalho Severino, de 19 años, que iba a la Escuela Baliza, en la reserva Río Xingú, conoce bien las dificultades de estudiar lejos de casa. Vive en la comunidad de Pedra Preta y salía de casa muy temprano en barco. El trayecto hasta la escuela duraba al menos una hora: «Estaría bien que la escuela estuviera más cerca. No tendría que levantarme tan temprano, llegaría antes a casa y tendría tiempo para hacer algunas cosas», contó el estudiante, que terminó la primaria en 2023 y aún no sabe si podrá ir a la ciudad a hacer la secundaria o si tendrá que abandonar los estudios.
La única escuela de Pedra Preta, donde vive Andreiz, lleva cerrada al menos desde 2018. Los padres de los niños de las reservas están abandonando sus hogares y trasladándose a la ciudad de Altamira para que sus hijos puedan seguir yendo a la escuela. Irse a la ciudad, en opinión de estos vecinos, ha pasado a considerarse la mejor opción, ya que creen que el aprendizaje se ve comprometido por el retraso de las clases y el cierre de las escuelas.
Además, los alumnos pasan mucho tiempo desplazándose en lanchas y barcas hasta comunidades vecinas para estudiar, y aún corren el riesgo de encontrarse la escuela cerrada o sin profesores. Por no hablar del problema de los barqueros, que dejan de trabajar cuando se retrasan sus salarios y no consiguen comprar combustible, con lo que no pueden transportar a los estudiantes.
SUMAÚMA entró en contacto con la Secretaría de Educación, que afirmó que en los últimos tres años la actual administración no ha cerrado ninguna escuela: «Al contrario, hemos abierto más de tres escuelas y hemos creado tres polos para atender mejor a las comunidades».
El transporte de los niños desde las reservas extractivistas hasta las escuelas de la región se hace en barco y puede llevar horas
Los niños no son el futuro: son el ahora, el presente
Profesora de la escuela Cristo Redentor, en la comunidad Piranhaquara, Rayna Costa do Nascimento, de 25 años, también vive en la Reserva Extractivista Río Xingú. Licenciada en Magisterio Extractivista, curso creado por líderes locales con la ayuda de la Universidad Federal de Pará, Rayna afirma que es importante contar con profesores del territorio que conozcan la realidad de los ribereños. «Conocemos la cultura local; nadie como nosotros para entender las dificultades que enfrentan estas comunidades».
Los profesores que vienen de la ciudad, dice, a menudo acaban dejando los salones porque no se adaptan al terrible estado de las escuelas y les resulta difícil enfrentarse a los peligros de la vida en medio de la selva, como los jaguares y los insectos, que para los beiradeiros —como les gusta llamarse a los ribereños del Medio Xingú— son rutinarios. Los forasteros oyen el aullido de un animal y creen que es el capelobo, una criatura peluda que se come a la gente y grita muy fuerte. Pero los ribereños saben que no es más que un mono guariba festejando en la selva. La historia que contaban los antepasados de la región de Xingú es que los capelobos eran indígenas que vivían solos y aislados en medio de la selva y que, al alcanzar los 90 años, según la leyenda, se convertían en animales y les crecía el pelo, que les cubría todas las zonas del cuerpo, excepto la boca y el ombligo.
«A veces los profesores no se adaptan a la estructura física de las escuelas y acaban renunciando y marchándose a enseñar a la ciudad», dice Rayna. Los alumnos, dice, también tienen dificultades para aprender por la falta de estructura y de compromiso de los profesores que vienen de fuera. Otro problema, afirma Rayna, es la falta de material didáctico adecuado. La profesora cita como ejemplo la materia de saberes tradicionales. «No hay material adecuado con el que trabajar este tema, así que tenemos que hacer nuestra propia planificación, y eso resulta un poco difícil porque no forma parte del plan de estudios del estado. Tendría que estar, para que pudiéramos valorizar cada vez más la cultura local y ofrecerles a nuestros alumnos una educación de calidad y diferenciada, específica para las comunidades tradicionales y ribereñas», concluye.
A pesar de todos estos obstáculos, Rayna deja un mensaje de incentivo a los jóvenes extractivistas: «No se rindan, persigan siempre un objetivo, luchen. Empecé a estudiar tarde, a los 16 años, hoy tengo 24 y conseguí graduarme en Magisterio Extractivista e ingresar en una universidad federal (…). Siempre tenemos que luchar por una educación diferenciada, una educación de calidad (…). Los jóvenes son el futuro de las reservas, tienen que ser vistos. Juntos somos más fuertes».
La profesora Valdinéia dos Santos Silva, de 35 años, es «de la comunidad ribereña de la orilla izquierda del Xingú, llamada Maribel». «También soy de una población tradicional, me gradué en el curso de Magisterio Extractivista de Terra do Meio», cuenta. Con este proyecto, algunos habitantes de las reservas siguieron un curso de formación durante la enseñanza secundaria y se convirtieron en muchos de los profesores que ahora enseñan en Terra do Meio. Para Valdinéia, cuando un profesor es originario de una población tradicional, conoce «muy bien la realidad de esta población y de estos alumnos» con quienes trabaja. A estos profesores les resulta más fácil comunicarse con los alumnos porque conocen el modo de vida de los ribereños, dice. Al fin y al cabo, allí es donde nacieron y crecieron.
‘Es desalentador, tanto para los profesores como para los alumnos’
En todas las escuelas de la región del Medio Xingú hay graves problemas de infraestructura, dice Valdinéia. Y esto, añade, perjudica el aprendizaje. «Es una de las cosas que afecta mucho, porque no tenemos una estructura adecuada. Un ejemplo: en la escuela donde trabajo, cuando llueve, se moja todo. A veces, a los alumnos les resulta difícil incluso acudir a la escuela debido a esta situación. Es desalentador que los chicos estudien en estas condiciones precarias en que se encuentran las escuelas».
Aunque sabe que es importante que las comunidades tengan una educación diferenciada y un espacio amplio y digno para aprender, la profesora cree que la Secretaría de Educación «no nos da el apoyo que necesitamos para marcar realmente la diferencia aquí». «La Secretaría de Educación tendría que tener una visión más amplia, no solo enviar profesores y dejar que nosotros hagamos el resto. Porque, como dice el refrán, una golondrina no hace verano… Nosotros solos, como profesores [sin apoyo de la Secretaría], lo tenemos muy difícil para hacer este trabajo», se lamenta Valdinéia.
Dice que los profesores están sometidos a mucha presión por parte de la Secretaría de Educación debido a las tasas de abandono escolar. Pero esta situación, según ella, se ve agravada por la falta de estructura de las escuelas y la ausencia de enseñanza secundaria en la región. «Solo nos exigen, pero no tenemos el espacio adecuado para trabajar o incluso estudiar».
Las profesoras Rayna (izquierda) y Valdinéia (derecha), que imparten clases en la reserva Río Xingú, nacieron en la región y creen que los educadores deben comprender el modo de vida ribereño. Fotos: archivo personal
‘Los profesores fingen que dan clase, nosotros fingimos que estudiamos’
La falta de educación de calidad no solo perjudica a niños y adolescentes, sino que también afecta al interés de los adultos que quieren estudiar. Manoel Resende da Costa, de 53 años, vecino de la Reserva Extractivista Río Xingú, estudió hasta séptimo en la ciudad de São Félix do Xingu cuando era joven. Cuando regresó a su comunidad, se dio cuenta de la diferencia: «Es muy difícil estudiar aquí, porque algunos profesores que vienen de la ciudad fingen que dan clase, y nosotros fingimos que estudiamos». Algunos profesores no están interesados en comprender las dificultades de sus alumnos ni en adaptarse a la cultura local, y esto acaba entorpeciendo la enseñanza de niños y jóvenes de la comunidad, reflexiona.
«Tiene que haber profesores cualificados que sepan respetar y hacerse respetar. Una educación diferenciada significa respetar nuestros derechos», afirma Manoel, que les pide a los educadores que observen la tradición, la cultura ribereña y el calendario de las comunidades, con sus fiestas específicas. Crítico con los políticos, Manoel resume el dilema de la educación en las reservas: «El problema aquí es la falta de políticas públicas y de planificación, para mejorar dentro de la reserva, para que la escuela llegue a todos. Políticas públicas dirigidas a la educación. Tenemos derecho, sabemos que tenemos derecho, pero no se concreta».
‘Los ribereños tienen derecho a una educación de calidad por ley’
Incluso con la triste realidad de la educación en las comunidades tradicionales, todavía hay gente que cree que los ribereños pueden cambiar este panorama.
El profesor Augusto Postigo, de 50 años, nacido en São Bernardo do Campo, en el estado de São Paulo, trabaja en la Amazonia desde 1998. «Soy antropólogo, me licencié en la Universidad Estatal de Campinas». Llegó a la Amazonia por el estado de Acre, donde trabajó con comunidades extractivistas en la región del Alto Juruá. «También eran descendientes de caucheros, familias con la misma historia que la gente de aquí. Llegué a Altamira en 2011 para estudiar las comunidades. Desde entonces, trabajo en las tres reservas extractivistas», cuenta el antropólogo.
Augusto imparte clases de Gestión Territorial en el Instituto Socioambiental para habitantes de las comunidades. En este espacio, jóvenes y adultos aprenden más sobre su propia historia, origen e identidad, y se enorgullecen. «Los beiradeiros tienen todo el derecho a una educación de calidad, porque son pueblos y comunidades tradicionales. Hay una ley que garantiza este derecho».
Manoel (izquierda), habitante y alumno de la reserva Río Xingú, está cansado de «fingir que aprende»; el profesor Augusto Postigo (derecha) insiste en que la educación de calidad es un derecho. Fotos: SUMAÚMA (Manoel) y archivo personal (retrato de Augusto Postigo)
Desde 2007 existe en Brasil una Política Nacional para el Desarrollo Sostenible de los Pueblos y Comunidades Tradicionales, creada por decreto (n.º 6.040) durante el segundo mandato de Luiz Inácio Lula da Silva (2007-2010). El objetivo de esta política es «promover el desarrollo sostenible de los Pueblos y Comunidades Tradicionales, haciendo hincapié en el reconocimiento, fortalecimiento y garantía de sus derechos territoriales, sociales, ambientales, económicos y culturales, respetando y valorando su identidad, sus formas de organización y sus instituciones».
Las clases de los profesores del curso de Gestión Territorial, como las de Augusto, ayudan a los beiradeiros a descubrir su derecho a una sanidad y una educación de calidad, a pesar de que el poder público siempre diga que hay muchos obstáculos para que las escuelas y los centros de salud funcionen en las reservas. «El Estado llegó aquí hace pocos años, y llegó poco. Algunos de los derechos que tienen la mayoría de los brasileños —o al menos buena parte— aquí todavía no los tienen. La gente de aquí tiene que conocer estos derechos, las leyes, y entender cuál es su lugar en el país. Los pueblos de la selva son sus guardianes y deben ser reconocidos por toda la sociedad», afirma Augusto.
Los días de lluvia, la escuela de la comunidad Baliza se inunda, las mesas y sillas se estropean y los alumnos no tienen las condiciones mínimas para aprender y recibir clases. Foto: Manoel Barbosa
‘No falta dinero. Falta voluntad política’
¿Qué se necesita para mejorar la educación en las comunidades tradicionales? ¿Cómo sensibilizar a los gobiernos ante la falta de acceso de los habitantes a lo que es un derecho, una educación digna? Los vecinos de las reservas se hacen constantemente estas preguntas. «No es que falte dinero. Falta voluntad política para invertir ese dinero donde hay que invertirlo. Falta visión del mundo, falta un poco de coraje», afirma Raquel Lopes, profesora de la Universidad Federal de Pará, lingüista y doctora en antropología.
Actualmente profesora de Educación en el Campo, Raquel fue una de las responsables de la creación del curso de Magisterio Extractivista de la Terra do Meio en 2016, que formó como profesores a unos 70 estudiantes que vivían en las reservas extractivistas de la región. La profesora entró en contacto por primera vez con las comunidades tradicionales del Medio Xingú en 2011, cuando la invitaron a trabajar en el curso de Gestión Territorial. En aquella época, los habitantes se quejaban de problemas en las escuelas, relacionados con la convivencia entre los profesores y las comunidades. Muchas de estas historias, cuenta Raquel, eran «perversas, de abusos sexuales y consumo de alcohol por parte de los profesores», lo que ponía a los alumnos en situaciones de riesgo y vulnerabilidad.
Raquel vio de cerca las dificultades a las que se enfrentan las familias con la falta de educación de calidad en las escuelas. Junto con un equipo, escuchó a los niños y a sus padres, no solo en lo que se refiere a estas quejas, sino también a qué escuela querían tener en las reservas en el futuro. «Les preguntamos cómo podía contribuir una escuela a su proyecto de futuro. ¿Qué escuela quieren ustedes? ¿Qué escuela sería buena para ustedes?», recuerda, explicando cómo se llevó a cabo el diálogo con las comunidades. La mayoría de los vecinos querían que las escuelas las llevara «la gente de aquí», dice Raquel. Esta fue la razón principal por la que el curso de Magisterio Extractivista solo estaba abierto a los estudiantes que vivían en las reservas.
El curso graduó a una sola clase, de 2016 a 2023 (debido a las dificultades del contexto, el ritmo de finalización de cada alumno fue diferente). Raquel cree que el gobierno no está interesado en crear un nuevo curso de formación de profesores, y dice que eso solo ocurrirá si la comunidad ejerce presión. «La educación, como el amor, es una especie de apuesta al abismo. No cuidas a un hijo porque en el futuro él te cuidará a ti. Lo cuidas porque lo quieres, quieres que esté bien. No educamos a estos chicos para que devuelvan esa inversión a la sociedad, para que se conviertan en líderes. Los educamos porque tienen derecho a la educación, tienen derecho a una vida mejor. Que ocupen puestos dependerá de cómo vaya la formación y de cómo se impliquen las comunidades en este proceso de presión política», afirma la profesora Raquel.
En su opinión, los cambios solo se producen cuando las comunidades se organizan colectivamente. «Cuando la gente me pregunta si va a haber otro curso de magisterio, les digo que nos sentemos y movilicemos a la comunidad, porque, en gran medida, el curso solo surgió porque fue una demanda efectivamente popular, surgió de una queja, surgió de la angustia, del dolor», cuenta.
Con su experiencia, la profesora universitaria asegura que un proyecto educativo solo funciona y solo se hace realidad si se lleva a cabo en conexión con las comunidades tradicionales y los territorios. «El agujero está en esta visión del Estado brasileño, que sigue muy anclada en el modelo escolar del siglo pasado. Tiene que ver con esta disputa por el pequeño poder a nivel local. Son varias cuestiones, pero creo que el curso de magisterio ha demostrado que se puede hacer».
El calendario escolar y el calendario electoral
El 4 de diciembre de 2023, líderes de la Reserva Extractivista Río Xingú se reunieron con representantes de la Secretaría Municipal de Educación de Altamira para exigir que la municipalidad cumpliera los plazos para el inicio de la construcción de una nueva escuela en la comunidad de Baliza, previsto para ese mes. El encuentro se llevó a cabo en el despacho de la secretaria de Educación, Maria das Neves Morais de Azevedo. Los vecinos dejaron claro que, en el espacio de la escuela actual, provisional y deteriorado, sería imposible impartir clases en 2024.
Las conversaciones con la secretaría se arrastran desde hace meses. Los vecinos de la reserva aseguran que, en julio del año pasado, la secretaría se comprometió a terminar el colegio en diciembre de 2023. En otra reunión, en diciembre, en un intento por resolver el impasse, la secretaría y los representantes de la comunidad firmaron un documento en el que la administración municipal se comprometía a iniciar la construcción de la escuela a más tardar el 6 de enero de 2024, para que los niños y jóvenes pudieran estudiar en el nuevo edificio ya al inicio del año lectivo. Todos regresaron a sus comunidades con la esperanza de que la Escuela Baliza dejara de estar sobre el papel y pasara a tierra firme, pero de momento no ha sido así. Según los vecinos, la secretaría alega que hubo un retraso en el inicio de las obras debido a la sequía amazónica, que afectó al río Xingú y dificultó el transporte de materiales. Pero para la comunidad eso no es una justificación, porque, incluso con la sequía, se podía navegar por el Xingú. En una nota enviada a SUMAÚMA, la Secretaría Municipal de Educación afirma que está esperando que los proveedores entreguen los materiales de construcción para enviarlos a la comunidad. «En cuanto al inicio del año lectivo, estamos finalizando el proceso de asignación y capacitación de profesores, e iniciaremos clases el 16 de marzo», prometieron la municipalidad y la Secretaría Municipal de Educación de Altamira.
Los alumnos dicen que la estructura de los aseos de la escuela de la reserva Río Xingú es tan mala que lo mejor es ir adentrarse en la vegetación para hacer sus necesidades
El caso de la Escuela Baliza es un ejemplo más de la insistente lucha de la comunidad. Cuando el curso escolar de 2023 estaba a punto de terminar, la municipalidad de Altamira anunció, mediante decreto, la reformulación del sistema educativo en las zonas urbanas y también las rurales, donde se ubican las reservas. La alcaldía alega que hay más de 25.000 alumnos matriculados en 52 escuelas urbanas y 103 rurales y que la reorganización es necesaria por cuestiones financieras, presupuestarias y fiscales, ya que en 2023 la recaudación fue menor. El decreto determina un número mínimo de alumnos para que una escuela abra las puertas.
La municipalidad aseguró a SUMAÚMA, por medio de un comunicado, que las escuelas de las reservas no se cerrarán: «El objetivo es atender de manera responsable y promover una educación de calidad, de acuerdo con la legislación vigente y en consonancia con las demandas de las comunidades. Es importante subrayar que las escuelas no se cerrarán. Lo que ocurre es que se está reorganizando y reestructurando el sistema educativo». En un año electoral y ante la contienda que se avecina, la municipalidad declaró que «reafirma su compromiso con la educación y la búsqueda constante de la excelencia en beneficio de sus ciudadanos».
El Ministerio de Educación informó a SUMAÚMA, también en una respuesta enviada por correo electrónico, que el gobierno federal «se esfuerza constantemente» para garantizar que los estados, municipios y la capital, el Distrito Federal, apliquen la Política Nacional de Educación en el Campo. Pero el ministerio elude su responsabilidad de supervisar la realidad de las escuelas en las reservas: «No le corresponde exigir o determinar la implementación de acciones o medidas por parte de las entidades federativas» para garantizar la calidad de la educación ofrecida en lugares remotos, como las reservas extractivistas, dice en un comunicado.
En un larguísimo correo electrónico, repleto de citas de leyes y artículos, el mensaje más claro y directo es: «La gestión de las reservas no es competencia del Ministerio de Educación». La supervisión de la oferta, del funcionamiento y de la calidad de la enseñanza escolar es responsabilidad del Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Educativas Anísio Teixeira, explicó la cartera. SUMAÚMA se puso en contacto con la dirección del instituto a través de su gabinete de prensa, pero, hasta el cierre de este reportaje, no recibió ninguna respuesta a sus preguntas.
El ministerio subraya en sus respuestas que la educación es un derecho fundamental de los ciudadanos y un deber del Estado. Lo curioso es que la propia cartera reconoce que «no basta con garantizar la oferta educativa y el acceso a la escuela como un derecho de la población en cualquier lugar del territorio brasileño, sino que es necesario que este derecho se garantice observando las especificidades socioculturales y los contextos socioambientales y económicos en los que cada población existe».
En abril de 2023, el gobierno federal volvió a poner en marcha el Consejo Nacional de los Pueblos y Comunidades Tradicionales, que debería escuchar lo que los habitantes de estas zonas tienen que decir sobre las políticas públicas para la educación. Aunque admite la falta de datos e información sobre las escuelas en las reservas, y enfatiza la responsabilidad de los estados y municipios en el funcionamiento de los colegios, el Ministerio de Educación afirma que «cree plenamente en una educación diferenciada que atienda a los derechos de los pueblos del campo, las aguas y las selvas y trabaja con decisión para implantarla».
SUMAÚMA solicitó información a la Secretaría de Educación del Estado de Pará sobre las demandas de la población de las reservas en relación con la oferta de enseñanza secundaria en las comunidades. La Coordinación de Educación en el Campo, las Aguas y las Selvas, vinculada a la secretaría, informó que inició un estudio en enero de 2024. «Vamos a hacer un diagnóstico para organizar la oferta», explicó la coordinadora, Joana Machado. Se trata de una reivindicación que las asociaciones de vecinos de las reservas hicieron en una reunión celebrada en diciembre de 2023.
En febrero de 2024, los niños y estudiantes de Brasil se preparaban para un nuevo curso escolar. La escuela de la comunidad de Baliza ni siquiera ha empezado a construirse. Nadie sabe con certeza cuándo empezarán las clases en las reservas. Tal vez en marzo, o tal vez en abril. Ha habido años en que las clases solo han empezado en septiembre, según los vecinos. Con relación al calendario escolar en áreas donde hay comunidades tradicionales, no hay nada seguro. Lo único seguro es el calendario electoral. Este los políticos nunca lo olvidan.
En la Escuela Baliza, en la reserva Río Xingú, donde estudia la autora de este reportaje, los alumnos se organizan para exigir que se construya una nueva escuela
Patricia Lima, de 28 años, vive en la comunidad Baliza, en la Reserva Extractivista Río Xingú. No nació beiradeira, pero hoy se define así —«y con mucho orgullo»—, porque siente que la selva la completa y que es en el Xingú donde está su alma. La periodista-selva nació en Marabá, en el estado de Pará, donde vivió hasta los 17 años. Se casó por primera vez a los 13 y tuvo su primer hijo con 15. El primer matrimonio no funcionó, dejó marcas de sufrimiento; abandonó la ciudad con el bebé, acompañada de su madre, rumbo a São Félix do Xingu. Tres meses después, se enamoró de Ivanildo, con quien tuvo cuatro hijos más. Ivanildo nació a orillas del río Xingú, y a Patricia siempre le interesaron las historias que su compañero le contaba sobre su infancia y su familia.
Para ella, vivir en un lugar con río y selva era como vivir en el paraíso. Su lugar favorito en la vida es la ribera. Ivanildo era pescador y, con él, Patrícia también aprendió este oficio. Los dos vivieron durante algún tiempo como nómadas, «acampando de isla en isla», trabajando para vendedores de pescado. Pero su sueño siempre había sido vivir en la selva, tener una casa fija, un huerto donde plantar yuca. Y eso se materializó hace ocho años, cuando se trasladó con su familia al Beiradão, o ribera de los ríos amazónicos, donde viven los ribereños. La identificación con el modo de vida de los beiradeiros fue inmediata. En 2023 Patricia terminó el noveno de primaria. Ahora lucha por poder cursar la secundaria en su comunidad. Todos sus hijos van a la escuela, excepto el más pequeño, que aún es un bebé. Comunicadora del beiradão y becaria del programa de coformación Micelio, lleva dentro de sí el río, la caza, la pesca y la biodiversidad. Es feliz porque la selva siempre recibe con los brazos abiertos a los beiradeiros, sus verdaderos guardianes. Y porque vive en comunidad. Por eso seguirá luchando por el derecho de los beiradeiros a una educación de calidad.
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El Programa de Coformación de Periodistas-Selva Micelio-SUMAÚMA comenzó en mayo de 2023. En total, 14 personas del Medio Xingú (cuatro indígenas, tres ribereños, una quilombola, una campesina, una pescadora, una enfermera de salud indígena y jóvenes urbanos de Altamira) participan en encuentros en la selva y en la ciudad, y reciben el acompañamiento de las «sembradoras mentoras», periodistas sénior de SUMAÚMA, a la vez que las acompañan, porque la coformación es real y conjugada en la vida cotidiana. En este reportaje, la periodista-selva Patricia Lima tuvo la mentoría de la periodista Malu Delgado.
Coordinado por Raquel Rosenberg, cofundadora de Engajamundo, el método pedagógico de Micelio-SUMAÚMA huye deliberadamente de cualquier ortodoxia. El programa, ideado por Eliane Brum (también responsable de la supervisión y el contenido) y Jonathan Watts, mantiene el rigor, la responsabilidad y la precisión del periodismo tradicional.
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Reportaje y texto: Patricia Lima
Edición: Malu Delgado y Eliane Brum
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Célia Arruda
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Infográficos: Rodolfo Almeida
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Flujo de trabajo editorial: Viviane Zandonadi
Editora jefa: Talita Bedinelli
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