Periodismo desde el centro del mundo

Imagem feita de 14 de outubro de 2014 durante a construção da Usina Hidrelétrica de Belo Monte, no Rio Xingu, em Altamira, Pará. Foto:  Carol Quintanilha/Greenpeace.

Para un icono de la izquierda y un partido de izquierda, nada podría ser peor que afrontar un legado de vulneración de los derechos humanos. Para un icono de la izquierda que se ha presentado como un defensor de la Amazonia en la escena internacional, nada podría ser más peligroso que una catástrofe ecológica que tiene sus huellas en la mayor selva tropical del planeta. La importancia de Brasil en el mundo está directamente ligada a la Amazonia, al igual que las inversiones internacionales. Y también la popularidad de Lula en un planeta acechado por la crisis climática. Este es el significado de la renovación de la licencia de funcionamiento de Belo Monte para el presidente Luiz Inácio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores (PT).

Tras 13 años en el gobierno (2003-2016), el PT tiene un pasado en el poder. El antipetismo o sentimiento de rechazo hacia el PT que resultó en la elección de Jair Bolsonaro suele justificarse por la corrupción del partido en el poder. Aunque la corrupción atraviesa a todos los partidos tradicionales de Brasil, como es bastante fácil de demostrar, el PT se había presentado como un partido diferente. Es natural que, por ello, se le haya exigido más. No obstante, algunos de los que despotricaban contra la corrupción del PT en el poder han callado ante la corrupción explícita del gobierno de Bolsonaro, lo que hace sospechar que el antipetismo puede deberse no a los errores del PT, sino a sus aciertos: por ejemplo, haber afrontado la desigualdad racial y social de Brasil como ningún otro partido antes.

Ahora Lula y el PT vuelven al gobierno tras 4 años de fascismo. Y a pesar de todos los reveses, el PT es el único de los partidos nacidos durante la redemocratización que ha sobrevivido como partido. Pero si el pasado de corrupción puede superarse, especialmente ahora que Lula carga con la esperanza de millones de brasileños de volver a tener un país, hay algo que no podrá superarse. Y ese algo se llama Belo Monte.

Planeada y subastada durante los dos primeros mandatos de Lula (2003-2010), construida durante el período de Dilma Rousseff (2011-2016), la hidroeléctrica se ha convertido en un símbolo internacional de destrucción humana y medioambiental en la Amazonia. Impuesta a los pueblos de la selva y de la ciudad de Altamira, en el estado de Pará, la central es objeto de 29 demandas del Ministerio Público Federal. Es muy probable que, en los próximos años, Belo Monte sea considerada formalmente un «crimen» en sentencias del Supremo Tribunal Federal. El sustantivo ya lo utilizan para definirla tanto sus víctimas como los movimientos socioambientales y los científicos que la estudian desde que era solo un proyecto de la dictadura empresarial y militar (1964-1985) que nadie creía que pudiera salir del papel. Y ahora, como un bumerán de acero y hormigón, Belo Monte vuelve a la mesa del nuevo gobierno, a quien le tocará renovar la licencia de funcionamiento.

Tanto a Lula como a la mayoría del PT les cuesta asumir la verdad sobre Belo Monte. Pero de Belo Monte no se escapa. Así lo demuestra la serie especial que firma la periodista Helena Palmquist, que pasó varios días en Altamira y región investigando por tierra y por agua los impactos de la central. La hidroeléctrica impuesta sin consulta previa a los pueblos de la selva expulsó a 55.000 personas. Hoy, está secando 130 kilómetros de una de las regiones más biodiversas de la Amazonia llamada Vuelta Grande del Xingú, poniendo en peligro la vida de 3 pueblos indígenas, comunidades tradicionales y cientos de especies. También a día de hoy las familias ribereñas a las que les ahogaron las islas y les quemaron las casas no han sido reasentadas junto al embalse de la central, lo que ha provocado hambre, enfermedades y muerte. Altamira se ha convertido en una de las ciudades más violentas de Brasil y los niños expulsados de la selva se han hecho adolescentes en periferias dominadas por el crimen organizado.

Esto es solo un pequeño resumen de la obra. Y de todo ello hay abundantes pruebas. Negar los brutales impactos de Belo Monte es tan imposible como negar la crisis climática. Ambas son reales, y la realidad se impone incluso a los negacionistas.

La renovación de la licencia de funcionamiento podría ser la oportunidad de Lula y el PT de cambiar la narrativa de su legado en la Amazonia, ahora fuertemente contaminada por Belo Monte. Ya no se puede reparar la destrucción socioambiental que ha producido la hidroeléctrica. Pero la renovación de la licencia podría ser la oportunidad para que el Estado obligue por fin a Norte Energia, la concesionaria de Belo Monte, a cumplir sus obligaciones legales: de las 47 medidas que deberían prevenir o reducir los daños provocados por la construcción y el funcionamiento de la central, solo 13 se han cumplido integralmente. Es inaceptable que, después de todo, este gobierno renueve la licencia sin el pleno cumplimiento de los condicionantes que nunca han condicionado nada.

Hoy, la hidroeléctrica secuestra el 70% del agua de la Vuelta Grande del Xingú, impidiendo la reproducción de la vida de la mayoría de las especies, lo que resulta en la muerte de millones de peces y la condena al hambre de los pueblos de la región. Es imperioso que el gobierno cumpla con su obligación de hacer ecológicamente viable un reparto del agua en el que prime la vida, principio mayor inequívoco. Hace más de una década que las familias ribereñas fueron arrojadas a las periferias urbanas y viven a la espera de justicia y, desde hace al menos 6 años, a la espera de un territorio ribereño que les devuelva su modo de vida y salve a sus hijos del crimen organizado. Un día más sin territorio ribereño puede significar una vida menos. Y cada una de ellas será recordada y reclamada.

«La derrota y la victoria solo se miden en la historia», recordó Marina Silva, ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, en una entrevista exclusiva que marca los 6 meses de vida de SUMAÚMA, cumplidos el 13 de marzo. Nada mejor que una entrevista a una amazónica cuya vida pública ya forma parte de la historia de Brasil y de la lucha climática del planeta para conmemorar el aniversario de una plataforma de periodismo con base en la selva. La frase que Marina pronunció la pueden decir las víctimas de Belo Monte, que nunca han permitido que la hidroeléctrica se convirtiera en un «hecho consumado», ni mucho menos en un caso «superado» y nunca en un hecho «olvidado». A estas alturas, Brasil ya debería haber aprendido el coste en sangre de borrar la historia y sus gentes. Que la renovación de la licencia de funcionamiento de Belo Monte haya caído en manos del PT puede parecer un tremendo infortunio para quienes preferirían olvidarla… y que la olvidaran. Al contrario. Es la ocasión para que Lula y el PT hagan lo correcto. Raras veces un presidente y un partido tienen una oportunidad de tal magnitud. Sobre su elección, hoy solo hay una certeza: pasará a la historia.


Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Mark Murray
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga

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