“Tú lo robaste, y después tú, y después yo. Se llama capitalismo”, dice con una sonrisa socarrona el personaje Helen Shaw, ahijada del carismático arqueólogo Indiana Jones. La frase, escogida a dedo por su poder de venta, aparece en el tráiler de la película más reciente de la saga de Hollywood, Indiana Jones y el Dial del Destino. Convicta y divertida, Helen está justificando la posesión de un artefacto histórico, que había pertenecido a Arquímedes y se supone tendría el poder de cambiar el curso de la humanidad. La única forma de salvar al planeta de una catástrofe según lo que sugiere la película, es dejarlo en un lugar seguro, o sea, en manos del encantador, heroico, aventurero y estadounidense profesor de arqueología. ¡Tranquilos! Este texto no tiene spoilers. De hecho, no tenemos que avanzar mucho para darnos cuenta de que el largometraje recién estrenado repite la desgastada fórmula que hace 40 años consagró a Indiana Jones como símbolo de la cultura estadounidense: el uso de un discurso colonialista y racista que refuerza estereotipos al considerar exótico, peligroso y/o amenazador todo lo que no forma parte de la cultura occidental.
“Eso no es arqueología. La idea de un hombre blanco que enfrenta retos para rescatar reliquias en lugares inhóspitos y llevarlas a museos del Norte Global donde estarán a salvo, ya es una trama conocida, pero superada. Indiana Jones parece estar cada vez más desactualizado”, opina la docente de arqueología de la Universidad Federal del Oeste de Pará, Bruna Rocha. La especialista se refiere a una premisa imperialista, que dirigió la acción de los museos a fines del siglo XIX y principios del XX, de demostrar poder a partir de la posesión de materiales culturales que tenían un importante significado en sus contextos locales. Una práctica que se viene cuestionando a lo largo de los años dentro y fuera de la academia.
A principios de la década de 1980, cuando se estrenó la primera película de la serie de aventuras, empezaron a adquirir protagonismo los temas relativos a la explotación de la cultura, la tradición y el patrimonio de otros pueblos para el entretenimiento y la demostración de poder. En En busca del arca perdida (1981), el título debut, Indiana Jones se sumerge en las profundidades de la selva peruana, enfrentando las flechas de los “nativos salvajes” para descubrir la ubicación de un objeto que, llevado a los depósitos estadounidenses, salvaría a la humanidad (¡uf!). En la misma época, en la vida real, un grupo de aborígenes lanzaba el manifiesto “Our heritage is not your playground” (algo como “nuestra herencia no es tu parque de diversiones”), un documento que cuestionaba la equivocada apropiación de las culturas indígenas y traía una suerte de reflexiones sobre arqueología y el derecho a que los pueblos originarios fueran guardianes de su historia. “Incluso esta idea de que los arqueólogos descubren dónde están los objetos históricos, a pesar de todos los obstáculos impuestos por la selva, algo tan presente en las películas, es bastante cuestionable. La mayoría de las veces lo realizan gracias al conocimiento que los pueblos locales tienen de sus territorios. Este tipo de representación invisibiliza el papel de las comunidades locales en la construcción del conocimiento antropológico”, dice Bruna.
Póster de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal: un sinfín de desaciertos que anulan las individualidades
Pero el encantador doctor Jones, o más bien sus creadores, se mantuvieron ajenos a estos movimientos y en las décadas siguientes continuaron ofreciendo a sus espectadores “un juego sofisticado, el de la propaganda del colonialismo de una manera ligera y divertida, lo que termina seduciendo a la gente e inculcando un discurso imperialista y prejuicioso”, reflexiona el arqueólogo Eduardo Neves, director del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (USP). Este discurso terminó alcanzando, por supuesto, a la Amazonia y a sus pueblos originarios.
En 2008, con el estreno de la cuarta película de la serie, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, el héroe estadounidense regresa a Perú, esta vez para desentrañar un enigma escondido “en la exótica y peligrosa selva tropical más grande del mundo, rodeada de arenas movedizas y cascadas” (que en realidad son de Hawái). En el camino se encuentra con guerreros mayas que hablan quechua (lengua de los incas), lo muerden hormigas insaciables que devoran humanos (conocidas como marabuntas, que solo se encuentran en África), viaja con la música de una banda sonora mexicana (en pleno Perú) y se enfrenta a un tribu de indígenas cuya ropa y maquillaje los hacen parecer zombis salidos directamente de Walking Dead. Todo esto para llegar a Akakor, una ciudad perdida en el corazón de la Amazonia, rodeada de pirámides y construida (¡sorprendentemente!) por extraterrestres.
Con errores deliberados como estos los productores refuerzan en el imaginario de buena parte del público un esquema según el cual todo lo que está más allá de las fronteras hacia el sur es lo mismo. Al anular las individualidades, las historias y culturas de los pueblos, excluyen en última instancia lo que es, o debería ser, la premisa de la arqueología: la de mostrar la diversidad cultural y tecnológica, la de rescatar el pasado para ayudar a construir el futuro. “Además, en esta película [Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal] vemos que se refuerza una vez más la idea de que los pueblos indígenas son inferiores y no pueden ser responsables de grandes obras arquitectónicas y culturales. Solo los extraterrestres justificarían esas hazañas”, agrega Adriana Schmidt Dias, docente del Departamento de Historia de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). Todo empeora cuando, eventualmente, los creativos de la serie tratan de suavizar la percepción de que están estigmatizando a los pueblos y las minorías. No pocas veces un representante de este grupo, de piel más oscura, curiosos ademanes, mucho maquillaje y acento exótico, se une al equipo de los buenos. Es la famosa excepción que confirma la regla. Es decir, en lugar de suavizar, lo hace sobresalir. “Estas comunidades siguen siendo retratadas de manera desafortunada, se las hace ver como si tuvieran creencias y cultos irracionales, mientras que la figura del hombre blanco venido del norte representa la racionalidad. Reiterar esa visión hoy en día es triste y arrogante”, dice la docente de arqueología Bruna Rocha.
No es difícil entender por qué una película así sigue llenando las salas de cine de Estados Unidos y Europa, núcleo de la ideología hegemónica. ¿Pero qué explica que mantenga un montón de fans en países como Brasil? La respuesta es sencilla, según señala Eduardo Neves: “Es una ideología que inconscientemente reproducimos e interiorizamos en los países del Sur, fruto de nuestro propio proceso de colonización. El hecho de que sea una serie de películas tan larga y que todavía tenga éxito incluso por aquí muestra cómo el mundo sigue dividido y cómo el racismo y la visión colonialista están arraigados también en los países del Sur Global”.
En la última película de la saga, en la que un ya anciano (pero todavía encantador) Indiana Jones regresa para una última aventura, repitiendo estándares y reforzando estereotipos en el interior de las pantallas, aquí fuera un plot twist (un giro inesperado en la trama) típico de nuestra contemporaneidad, puso finalmente en jaque a su personaje. A finales de junio, en la misma semana que la película –en la que el lema del protagonista es “¡Esto pertenece a un museo!”– estrenó en cines de todo el mundo, Dinamarca anunció el regreso a Brasil de un manto de la tribu Tupinambá, robado del país hace tres siglos y guardado hasta hoy en un museo de Copenhague. “Creemos que es un ancestro. No se trata de una obra de arte, un mero objeto”, dijo un líder tupinambá cuando se hizo el anuncio.
Después de esto, el Dr. Jones se jubiló. Si esto también representa el fin de la imposición de una visión superada del mundo, reflejo de las crecientes problematizaciones que han provocado cambios de paradigma en varios países, solo el tiempo lo dirá. Lo que sí sabemos es que, de momento, los pueblos de la selva seguirán, en la práctica, enfrentándose a muchos y muchos Indiana Jones de la vida real, unos con traje y corbata, otros conduciendo tractores y abriendo agujeros en la tierra y en las historias que son, al fin y al cabo, el pasado, el presente y el futuro de todos nosotros.
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Julieta Sueldo Boedo
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Marcelo Aguilar, Mariana Greif y Pablo Albarenga
Montaje de página: Érica Saboya
Entre una y otra aventura, el viejo joven Indiana Jones refuerza discursos imperialistas y prejuiciosos. Foto: Reproducción/Disney