Periodismo desde el centro del mundo

El líder Yanomami Davi Kopenawa, que saldrá en la última carroza del desfile, se reunió en Río con las matriarcas de la vieja guardia de la escuela de samba Acadêmicos do Salgueiro. Foto: Lucas Landau/ISA

A un extranjero le puede resultar difícil entender que los líderes Yanomami se enfrenten a un genocidio que en los últimos cinco años ha matado a más de 700 niños menores de cinco años por enfermedades prevenibles como la neumonía, la malaria y verminosis, y, a la vez, vayan a desfilar en el sambódromo. Para ello, es necesario comprender la raíz profundamente transgresora del Carnaval de Río de Janeiro. Convertido en un negocio, financiado en gran parte por la mafia de las apuestas del jogo do bicho, reducido a espectáculo: todo esto es el desfile de las escuelas de samba. Pero en esta captura hay algo que siempre se escapa, y es la insubordinación de la fiesta más popular de Brasil, asentada en la resistencia contra toda forma de destrucción de los cuerpos subyugados. Esta energía de vida, que a menudo casi es engullida por la máquina de masticar cultura y escupir entretenimiento, en algunos momentos se renueva y se fortalece. Todo indica que el carnaval de la escuela de samba Salgueiro podría ser uno de esos momentos, en que los dos cuerpos sobre los que se construyó Brasil —el de los negros y el de los indígenas— se encontrarán en un gesto de catarsis.

No es casualidad que Davi Kopenawa —principal líder político, chamán y diplomático del pueblo Yanomami— hiciera una sola exigencia a los dirigentes de Salgueiro: que no los retrataran como víctimas, sino como agentes de resistencia. Es lo que cuenta la reportera especial Claudia Antunes, que se sumergió en la jornada y las relaciones que hicieron posible que la favela de Salgueiro y la selva de los Yanomami se encontraran en este carnaval.

En SUMAÚMA analizamos este encuentro a partir de los valores que defendemos en nuestro manifiesto de fundación: el urgente desplazamiento de los conceptos de lo que es centro y lo que es periferia para poder hacer frente al colapso climático producido por la minoría dominante de multimillonarios y supermillonarios, a quienes Davi Kopenawa llama «comedores de planeta». Esto significa que los centros geopolíticos y culturales de las ciudades no son aquellos lugares donde viven los más ricos, sino que son las llamadas periferias, donde la mayoría de la población resiste creando tecnologías de existencia y resistencia.

En Morro do Salgueiro (izquierda), la comunidad resiste. En la Tierra Indígena Yanomami, los ríos, víctimas de la minería ilegal, reflejan el cielo. Fotos: Maurício Hora y Pablo Albarenga/SUMAÚMA

En el caso de Río de Janeiro, el centro no es la privilegiada Zona Sur, cuya vocación esclavista pervive aún en gran parte, sino las comunidades y favelas que resisten a pesar de todas las masacres, hoy a manos de los paramilitares, los narcotraficantes y el Estado. Del mismo modo, los centros geopolíticos y culturales de un planeta en colapso climático son los enclaves de naturaleza y sus pueblos, y no los mercados financieros y las sedes del poder que están provocando el sobrecalentamiento del planeta.

Desde esta perspectiva, el encuentro entre los orishas de la favela carioca y los xapiri de la selva amazónica puede entenderse como una conexión centro-centro. Evidentemente, este encuentro no está exento de contradicciones, como mostramos en un reportaje de esta edición. Una de ellas ocurrió cuando, al conocer por primera vez al equipo de Salgueiro, Davi Kopenawa se topó con un hombre que llevaba muchos adornos de oro, el oro por el que los Yanomami mueren a manos de los mineros que están destruyendo la tierra-floresta. Las cadenas, pulseras y los anillos de oro forman parte de la estética de raperos, funkeros y sambistas —y también de capos del narcotráfico y del juego ilegal— como símbolo de ascensión social.

Para entender lo que se presentará en el sambódromo como vida y como espectáculo, la antropóloga y traductora de la lengua yanomam Ana Maria Machado y la reportera Claudia Antunes han preparado un glosario sobre la cosmología de la etnia indígena. SUMAÚMA también ha traducido el hermoso samba de Salgueiro a los otros dos idiomas de nuestra plataforma, el español y el inglés. Queremos que los lectores de nuestras tres lenguas comprendan el significado de la relación entre un pueblo que hace frente al genocidio de la juventud negra en las ciudades y un pueblo que muere por la destrucción que generan tanto la minería ilegal dominada por el crimen organizado como la mala gestión sanitaria y la desobediencia de las Fuerzas Armadas.

Los puntos de conexión entre los procesos de exterminio de la juventud negra urbana y de la población Yanomami son múltiples. Las mujeres Yanomami hoy temen perder a sus hijos porque se unen a la narcominería, una tortura cotidiana que las mujeres negras de las favelas llevan grabada en el alma desde hace mucho tiempo. Muchas estarán en el sambódromo carioca alzando la voz contra el genocidio de los hijos de sus hermanas indígenas.

En el sambódromo, la fiebre del oro que está destruyendo el futuro de los jóvenes Yanomami se relaciona con el exterminio de la población negra urbana. Foto: Ewerton Pereira

La conexión, incluso en el dolor, es por la vida. El reahu es el ritual funerario Yanomami, en el que los cuerpos de los muertos, convertidos en cenizas y conservados en vasijas durante meses o años, se ingieren o se entierran. Es una celebración que se planea durante mucho tiempo y el momento en que todos lloran al difunto para que se instale en el mundo de los muertos y sea olvidado por los vivos. Pero el reahu es también pura catarsis, una fiesta central en la vida de los Yanomami, en la que se recibe a visitantes de otras aldeas, se comparten la danza y el canto, se forman nuevas parejas, se refuerzan alianzas, se consuman intercambios. La alegría, la diversión y la abundancia deben estar siempre presentes. El festival funerario solo puede completarse como pulsión de vida.

Cuando el reahu termina, a todos les queda el sentimiento de añoranza por la fiesta, como la añoranza que permanece en los cuerpos que regresan a su casa y trabajo cuando todo termina el Miércoles de Ceniza. En cierto modo, este carnaval entre exterminios se asemeja al reahu.

A un europeo o estadounidense le puede resultar difícil entender cómo pueden coexistir la alegría y el genocidio, cómo pueden coexistir los rituales funerarios y la danza. Pero invocar la vida, el cuerpo y los sentidos es quizá la única forma de rexistir, de resistir para existir. Por eso también el carnaval ha molestado tanto en los últimos años a la extrema derecha bolsonarista y al fundamentalismo evangélico de mercado. Al apoderarse de las calles de las que la gente pasa el año apartada y arrancar su cuerpo de delante de las pantallas para que lo encarne el placer durante algunos días y noches, el carnaval aún consigue escapar a todas las apropiaciones y persistentes intentos de control. En el desfile de Salgueiro, a pesar de todas las contradicciones, se celebrará una alianza entre pueblos que entienden la alegría como un poderoso instrumento de resistencia: la alegría como potencia de actuar.


Chequeo de informaciones: Plínio Lopes
Revisión ortográfica (portugués): Valquiria della Pozza
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Diane Whitty
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página y finalización: Érica Saboya
Editoras: Malu Delgado (responsable de reportaje y contenido), Viviane Zandonadi (flujo de edición y estilo) y Talita Bedinelli (editora jefa)
Dirección: Eliane Brum

Los Yanomami pidieron ser retratados de forma digna, como un pueblo que resiste. Foto: Ewerton Pereira

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