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El comportamiento de Jair Bolsonaro en el funeral de la reina Isabel II es conocido y reverberado. El extremista de derecha aprovechó el funeral de la monarca británica para hacer campaña electoral. Desde el balcón de la residencia oficial del embajador de Brasil, el domingo 18 de septiembre el actual presidente hizo un discurso contra el aborto, la descriminalización de las drogas y la «ideología de género». También mintió al decir que ganaría las elecciones en la primera vuelta, el 2 de octubre, algo bastante improbable, ya que en los sondeos aparece hasta 16 puntos por detrás del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que los lidera. Utilizar el cargo y los actos oficiales para hacer campaña ha sido recurrente en Bolsonaro, que tiene poco aprecio a las leyes. Su abuso de poder se expuso en la prensa brasileña e internacional. En redes sociales como Twitter, la cronología de la izquierda, del centro y hasta de la derecha no bolsonarista comentó el episodio y la falta de respeto de Bolsonaro hacia el funeral de la reina. Una vez más, Bolsonaro avergonzó a Brasil en el exterior y, lo que es peor, literalmente ante la monarquía británica.

Aunque es cierto que hacer campaña política en cualquier funeral es una falta de respeto, a quien más faltó al respeto el presidente fue a la población brasileña, ya que violó la legislación electoral del país. Y aunque exponer cuánto avergüenza Bolsonaro a Brasil en el escenario internacional sea importante porque es un hecho, llama la atención que gran parte de la izquierda urbana, mayoritariamente del centrosur de Brasil, esté más conectada con los acontecimientos de Londres que con lo que sucede en la selva amazónica y otros enclaves de la naturaleza.

La reina y su funeral han sido más comentados que los crímenes cometidos durante la campaña contra los pueblos originarios. Por lo menos ocho indígenas han sido asesinados en solo diez días del mes de septiembre, en diferentes puntos de Brasil, lo que hace sospechar que la ola de ejecuciones sea un mensaje de la base de Bolsonaro. En esta misma dirección, han aumentado el número de incendios criminales en la Amazonia. También han salido a la luz relatos de mujeres Yanomami sobre violaciones de garimpeiros (mineros ilegales) a menores de 13 y 14 años, algunas violadas por varios hombres a la vez. La Tierra Indígena Yanomami ha sido invadida por unos 20.000 garimpeiros, que han expulsado a los equipos sanitarios; como consecuencia, nueve niños han muerto de enfermedades tratables en menos de dos meses. Dos de ellos murieron por exceso de lombrices, ya que no tienen acceso a medicamentos básicos.

La masacre de los pueblos originarios, que ha avanzado durante todo el Gobierno de Bolsonaro y se ha recrudecido en la campaña, se expuso y se comentó menos en las redes sociales que los abusos del actual presidente en Londres o la muerte de Isabel II. Es una triste marca de la colonización, que permanece incluso en quienes se consideran progresistas, pero se sienten más cercanos a los súbditos británicos que a los indígenas.

No hay nada más vinculado al exterminio indígena que las monarquías europeas, que marcaron la invasión a lo que denominaron América y, en el caso de Brasil, fueron responsables de masacrar a más del 90% de la población originaria entre los siglos XVI y XVII. Esta es la herencia con la que tenemos que lidiar en países como Brasil y que está en el ADN de criaturas como Bolsonaro, él mismo resultado de la política de blanqueamiento de Pedro II, el último monarca de Brasil. Con todo el respeto a la muerte de cualquier persona y al luto de quienes la amaron, poco importa el funeral de Isabel II en un Brasil donde la Amazonia arde, sus protectores son ejecutados, las mujeres indígenas sufren violaciones grupales y los niños mueren vomitando lombrices.

Se criticó mucho que se trajera el corazón de Pedro I para la conmemoración del bicentenario de la Independencia de Brasil, el pasado 7 de septiembre. Y la importación macabra merece todas las críticas que recibió. Pero ¿cuánto repercute todavía este tipo de culto en el corazón de los brasileños y las brasileñas? Mientras el complejo de colonizado esté infiltrado incluso en la mente de aquellos que se dicen progresistas, Brasil se irá a muchos sitios, pero ninguno digno.

Traducción de Meritxell Almarza

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