Periodismo desde el centro del mundo

Lo que queda de un barrio tras el incendio forestal del 14 de agosto en Hawai. La tragedia en la isla de Maui es ya la más mortífera en Estados Unidos en un siglo. Foto: Yuki Iwamura/AFP

El colombiano Gustavo Petro dio en el clavo al señalar el dilema de Lula, Brasil y la mayoría de los gobiernos de izquierda y centroizquierda del mundo. «[Los gobiernos de derecha] tienen una salida fácil, que es el negacionismo. Niegan la ciencia. Para los progresistas es muy difícil. Entonces genera otro tipo de negacionismo: hablar de transiciones», afirmó en la Cumbre de la Amazonia, celebrada el 8 y 9 de agosto. Petro se refería al discurso de la «transición» hacia energías renovables y no contaminantes que utilizan gobernantes como Lula para justificar que se sigan explotando los combustibles fósiles. Como SUMAÚMA anticipó, el presidente de Colombia intentó convencer a sus homólogos de que pactaran el fin de la exploración de petróleo en la Amazonia, pero se quedó hablando solo. Su aislamiento puso de manifiesto lo que aterroriza a los jóvenes activistas de la generación de Greta Thunberg: la dificultad de conseguir que los políticos, en su mayoría hombres moldeados en —y por— el siglo XX, tomen decisiones que van en contra de sus creencias más arraigadas, precisamente las decisiones urgentes para detener el calentamiento de 1,5 grados centígrados del planeta.

Está claro que los gobernantes trabajan para ganar lucros inmediatos. En el caso del gobierno brasileño, para mostrar mejores índices económicos y garantizar recursos para llevar a cabo políticas que le permitan cumplir las promesas sociales y volver a ganar las elecciones en 2026. También es evidente el lobby de la industria de los combustibles fósiles, que, con la corrupción de científicos e institutos supuestamente científicos, ha conseguido retrasar décadas la transición energética a base de hacer pasar mentiras por ciencia, con la complicidad de gran parte de la prensa. Y vale recordar que aún utiliza diversos trucos para seguir haciéndolo.

Sin embargo, también es necesario señalar el criterio subjetivo que atraviesa las decisiones. Las generaciones que hoy están en el poder en Brasil han sido esculpidas por más de medio siglo de propaganda nacionalista que exaltaba el petróleo como la mejor fuente de riqueza de una nación. Y esa propaganda moldeó los corazones y las mentes de quienes hoy toman las decisiones, o, cuando se refiere a adaptarse a la mutación climática y a la mitigación de sus efectos, a menudo no toma las decisiones que debería tomar.

Al señalar que el negacionismo de izquierda se articulaba bajo el escudo supuestamente responsable de la «transición energética», el presidente colombiano afirmó que era un «disparate total» hablar de emergencia climática y seguir prospectando combustibles fósiles. Petro no solo conquistó el protagonismo en una cumbre en la que Lula era el anfitrión, sino que también dejó explícitas las contradicciones de Brasil. Hasta finales del año pasado, el país estaba gobernado por Jair Bolsonaro, un extremista de derecha que incentivaba la destrucción de la selva y garantizaba impunidad a los deforestadores. Hoy, Brasil lo dirige Lula, un hombre de centroizquierda que forjó su carrera política en el sindicalismo de fábrica. La imagen icónica que representó la abundancia de su segundo mandato, que concluyó en 2010, fueron las manos del presidente manchadas del petróleo del presal. Trece años después, Lula ha vuelto al poder y le es imposible fingir que no se da cuenta que el petróleo y los demás combustibles fósiles son los villanos que conducen al colapso de la casa-planeta al transfigurar el clima y, por ende, la geografía que la especie humana creía inmutable. Pero saber parece no ser suficiente para hacer lo que hay que hacer.

En 2010, Lula recoge el primer crudo de la producción del pozo 6-BFR-1-ESS en el presal del Campo Baleia Franca, en Espírito Santo. Foto: Ricardo Stuckert

Tanto es así que la exploración de petróleo en la cuenca de la desembocadura del río Amazonas, en el denominado margen ecuatorial, ha generado una gran escisión en el primer semestre del tercer mandato de Lula. El ministerio de Marina Silva, Medio Ambiente y Cambio Climático, suspendió el proyecto de Petrobras, la empresa estatal brasileña de combustibles fósiles, como anticipamos en exclusiva en SUMAÚMA. Pero la mayor parte del gobierno no se tragó esa negativa. Ni siquiera el presidente. Poco antes del inicio de la cumbre, Lula declaró en una entrevista que los habitantes de la Amazonia podían «seguir soñando» con la exploración de petróleo en la cuenca de la desembocadura del Amazonas. En vísperas del evento, utilizó una frase que bien podría haber dicho Bolsonaro: «[La Amazonia tiene que ser un] espacio de generación de riqueza para el pueblo, no un santuario».

Lula sigue siendo un personaje paradigmático del siglo XX, que cree que el hombre es capaz de resolver cualquier cosa y, por supuesto, está en el centro del universo. Evidentemente, en esta mentalidad, que comparte con los «hombres del mercado», la naturaleza está a su servicio y solo tiene valor si es útil a la especie humana. El mundo acaba de vivir el mes de julio más caluroso de la historia. Solo en los últimos días fenómenos extremos han generado catástrofes desde Hawái hasta China y la Antártida se derrite a niveles nunca vistos. Pero la izquierda que Lula representa todavía cree que el tiempo aún está bajo el control humano. En la mentalidad concretada en el siglo XX de esta generación de políticos, se puede ganar dinero con el petróleo ampliando el número de consumidores de mercancías mientras se realiza lentamente una transición energética o «verde».

En el documento final de la Cumbre de la Amazonia se cita cuatro veces la expresión «punto sin retorno» para referirse al momento límite al que está llegando la selva a un ritmo acelerado, cuando el bioma ya no pueda regenerarse. Sin embargo, en la cabeza de políticos como Lula, podemos planear la transición tranquilamente mientras él fomenta la compra de autos de combustibles fósiles e invita a los colegas a una parrillada de carne de res de la Amazonia. Y, aun así, es imperioso decir: Lula es lo mejor que tenemos.

Envejecer es un movimiento. Por lo tanto, el problema no es envejecer, sino dejar de moverse en el campo de las ideas, dejar de estar abiertos a la indeterminación de la vida y sus encuentros, cerrar los ojos —y el cerebro— a los desafíos de la marejada que nos ha tocado vivir. Algunas y algunos de los intelectuales del clima más poderosos del mundo son mujeres y hombres de la misma generación que Lula o de la generación inmediatamente anterior. La propia Marina Silva, algo más de una década más joven, es una pensadora potente sobre el planeta en mutación climática.

Raoni, a quien Lula ha dejado una vez más esperando, esta vez en la Cumbre de la Amazonia, tiene presumiblemente más de 90 años y un pensamiento actualizadisimo.

Pero lamentablemente, los hechos y las declaraciones demuestran que la mayoría de los políticos cuyas decisiones determinarán la calidad de vida de los próximos años y décadas son negacionistas de derecha y de izquierda, en el sentido en que SUMAÚMA propone que se piense el negacionismo. A estas alturas, creer que la mutación climática la ha producido la especie humana es una obviedad, una obviedad demostrada científicamente. Pero es insuficiente para hacer de alguien un no negacionista. Para poder afirmar que no se es negacionista, hay que ser capaz de vivir de acuerdo con la emergencia del momento. Hay que actuar a diario para frenar el calentamiento del planeta, que ya nos ha lanzado a la era de los fenómenos extremos.

En la presentación del nuevo Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), el 11 de agosto, el ministro de Economía Fernando Haddad compareció como protagonista de un proyecto añadido: el «Plan de Transformación Ecológica». «Se trata de la creación de un nuevo comportamiento y una nueva actitud hacia el medio ambiente. Un nuevo tipo de interacción con la naturaleza y la vida de todo el planeta», afirmó. Esperemos que Haddad comprenda que no podemos esperar ni un día más, a menos que la decisión sea optar por la catástrofe. El tiempo del discurso correcto que no se convierte en acción ya se ha agotado.

 


Verificación: Douglas Maia
Revisión ortográfica (portugués): Elvira Gago
Traducción al español: Meritxell Almarza
Traducción al inglés: Sarah J. Johnson
Edición de fotografía: Lela Beltrão
Montaje de página: Viviane Zandonadi

Movimiento del viento por medio de las nubes entre las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia). Foto: Dromómanos

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